viernes, 5 de septiembre de 2014

Corrupción: acusación y mea culpa.

La corrupción es uno de los males más dañinos para México. En las últimas décadas hemos presenciado cómo este fenómeno ha marcado la dinámica social, política y económica del país. Desgraciadamente, parece que nos hemos acostumbrado a ver cómo políticos, empresarios, policías, líderes sindicales, instituciones, funcionarios públicos y la misma ciudadanía, son partícipes de este tipo de actos, lo que deja en evidencia, lo arraigada que se encuentra en nuestra cultura. 
Por Noé Alí Sánchez Navarro/@noesanz
Lejos de ser sólo un dicho o una frase popular: “El que no tranza, no avanza”, de cierta manera representa que la corrupción ya es parte de lo cotidiano. La ciudadanía se ha apropiado de esta lógica, y ante la costumbre, lo ha dejado de ver como un problema y lo ha asumido como una especie de mal necesario. 
Aunque resulta sumamente complicado medir índices de corrupción, es decir, saber qué tan corruptos somos los mexicanos en las actividades que realizamos, podemos darnos cuenta de que a pesar de las estrategias implementadas en los últimos años, y por lo que vemos en las calles y en los medios de comunicación, no hemos avanzado, al contrario, hemos retrocedido angustiosamente.
A finales del año pasado, la organización Transparencia Internacional dio a conocer su Índice de Percepción de la Corrupción 2013, en el cual, México se ubicó en el lugar 106 de 177 naciones, lo que significa, según dicho organismo, que nuestro país es uno de los más corruptos.
La corrupción es un mal social que se relaciona normalmente con las acciones del gobierno, los partidos políticos y las grandes empresas, y no es para menos, la verdad es que no deja de sorprendernos el hecho de que servidores públicos se valgan de este tipo de acciones para conseguir un beneficio personal o para el grupo al que pertenecen.
De los numerosos casos de corrupción que han trascendido, de acuerdo al poder económico y político de los implicados, en la mayoría de ellos, simplemente se hizo poco o nada. El archivo de  la corrupción tiene nombres como: Carlos Romero Deschamps, Genaro García Luna, Humberto Moreira, Tomás Yarrington, HSBC Holdings, Wal-Mart, y Oceanografía, y podríamos seguir con una cuantiosa lista.
La corrupción se ha convertido en un estilo de vida para un amplio sector de la sociedad. No se trata sólo de decir que los liderazgos políticos y sociales se encuentran corrompidos, también como sociedad hemos abonado a la construcción de esta cultura, factor que sin duda, ha quebrantado la confianza entre la misma ciudadanía.
Si bien es cierto, que cuando hablamos de corrupción tenemos que referirnos a la falta de ciertos valores como la honestidad, la sinceridad y el respeto, también es cierto que para que ello suceda, se necesita forzosamente la complicidad del “otro”, ya sea de quien corrompe o se deja corromper, es decir, es cosa de dos. 
Se suele hacer un serio enjuiciamiento hacia quienes cometen este tipo de delitos, sobre todo si se trata de servidores públicos, pero también debemos considerar aquellas prácticas menores, esas que quizá, para muchos no representen un gran problema, pero que sin duda se convierten en reproducciones de un mal.
Este tipo de prácticas son todas aquellas que se realizan para obtener alguna ventaja sobre los demás, e inician desde situaciones muy simples: dar “mordida”, hacer uso de influencias, sobornar y/o pagar por no realizar algún trámite u obligación, e incluso, hoy vemos con más frecuencia, cómo algunos jóvenes prefieren pagar para no hacer fila y así ingresar a algún antro o restaurante; la estrategia está en llevar un billete al alcance de la mano.
Lamentablemente, es complicado que la ciudadanía pueda exigir una respuesta cuando ella misma está siendo partícipe y cómplice de este tipo de actividades, insisto, el volumen no importa, lo que cuenta es el hecho, porque con ello, se agrava un problema que inicia como una acción aislada para luego convertirse es una actividad constante y de poder.
Creo que en gran medida la corrupción ha sido un potente catalizador para las desgracias recientes en nuestro país, tan sólo si hablamos del narcotráfico, en cualquiera de sus manifestaciones, resulta muy complicado entender su crecimiento, tráfico y estructura, sin considerar el papel del gobierno como facilitador y guardián de esta actividad criminal.
Pero también en lo micro hay responsabilidades, ya que en cada “mordida”, soborno y uso de influencias, se va construyendo una sociedad más desconfiada, ya no sólo de sus gobernantes y autoridades, sino hasta de sus semejantes. Cuando somos cómplices, partícipes y/o testigos de la corrupción, corrompemos nuestros propios principios.
Es importante ir más allá de las propuestas de ley e iniciativas gubernamentales, para avanzar en este sentido, también es vital que nos convenzamos de que no hay males necesarios, y que el repudio y el rechazo a la corrupción no pueden ser sólo discurso, sino que deben convertirse en acciones que reflejen el verdadero respeto a la ley y a la convivencia ciudadana. 

jueves, 7 de agosto de 2014

Juárez: Bajo el "Techo Comunitario" con Daniel Torres.



El acceso de los jóvenes a nuevas oportunidades está bastante limitado. No es un secreto que muchos de ellos se encuentran excluidos de espacios educativos y laborales principalmente, pero desgraciadamente no sólo ahí se encuentran al margen, también se ha visto cómo han quedado fuera de las áreas de esparcimiento y recreación, aquellas que muchas veces se encuentran desatendidas y con secuelas del vandalismo. 
Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
En Ciudad Juárez, después de vivir años intensos marcados por la inseguridad y la violencia, desatados especialmente por la guerra contra el narcotráfico, han tomado mayor importancia los proyectos organizados por los ciudadanos: grupos, colectivos y asociaciones; proyectos creados para fortalecer a las comunidades y dotarlas de herramientas que dignifiquen la vida.

Daniel Torres es un joven alegre y entusiasta, comprometido con la ciudad donde le tocó nacer. Hace algunos años se graduó como psicólogo y desde hace más de tres trabaja como coordinador educativo en una asociación llamada: “Techo Comunitario”. Esta asociación se encuentra enclavada en uno de los sectores con mayor rezago de la ciudad, para diferentes centros de investigación, esta zona se ubica en lo que se ha denominado: El polígono de pobreza. 
Desde hace más de 15 años, el centro ha brindado sus mejores esfuerzos para dar atención y acompañamiento a niños, jóvenes y adultos mayores.
Para Daniel, el trabajo que realizan este tipo de grupos en la ciudad es muy importante para fortalecer los lazos sociales: “No se trata de cambiar la forma de pensar de las personas, es ver a la gente como comunidad”. El centro recibe diariamente a un centenar de personas y para los habitantes de la Colonia Toribio Ortega y sus alrededores, se ha convertido en un lugar para la convivencia. Sobre todo son los jóvenes, los que a través de actividades artísticas, deportivas, culturales y lúdicas han encontrado un espacio para desenvolverse sin temor, dejándose ver auténticos y conviviendo con los demás.
De los proyectos que se han emprendido con jóvenes, destacan: “A Ganar” y la “Ludoteca”, éstos han generado que los usuarios del centro reconsideren la posibilidad de seguir estudiando y aprendiendo, aunque no sea en la modalidad tradicional. Muchos de los niños y jóvenes en edad de estudiar, han decidido dejar la escuela, y no sólo es por falta de recursos u oportunidades, en algunos casos también lo hacen porque no les gusta o no se sienten competentes.
Daniel, considera que eso también es una problemática donde los maestros y las escuelas tienen gran responsabilidad, ya que asegura que hay niños a los cuales simplemente no les gusta o tienen miedo de ir, y que es importante conocer cómo el maestro está realizando su trabajo en el salón de clases para comprender por qué a los niños nos les interesa asistir.
La deserción escolar es una dificultad que se vive en gran parte del país, no hace mucho la Secretaría de Educación Pública, informó que más de un millón de niños y jóvenes dejaron de asistir a la escuela en el último periodo escolar. Lo que representa un costo de más de 34 mil millones de pesos
Conscientes de esta situación, en el centro se realizan diversas actividades, como la asesoría psicopedagógica y el acompañamiento. Actualmente han establecido convenios con otras organizaciones para que los jóvenes que tuvieron que dejar sus estudios puedan terminar la educación básica, e incluso, en otros casos, para que puedan concluir una carrera técnica que les permita conseguir un empleo.
Una historia excepcional es la de Alondra, una joven que Daniel describe como “incansable”. Además de cuidar a sus hermanas gran parte del día y estudiar la preparatoria, Alondra asiste a Techo Comunitario y se ha dado la oportunidad de participar en el programa “A Ganar”, donde está estudiando para ser “Chef”, pero eso no le ha impedido darse el tiempo de apoyar en la ludoteca.
La asociación también ha invertido esfuerzos en prevenir la violencia y dar atención a quienes se han visto afectados por ella. Daniel Torres recuerda que hace algunos años mataron a cuatro personas a unas cuantas cuadras de “Techo”, además del miedo que esto provocó, también fue motivo de tristeza, ya que las víctimas del homicidio eran familiares de niños que asistían al centro.
“Después de ese momento decidimos llevar la ludoteca a las calles, además de proponer una serie de talleres juveniles, como los de Arteterapia, que busca trabajar las emociones, el amor y la fraternidad”.
Los jóvenes usuarios del centro han descubierto un sinnúmero de cosas con las que se sienten plenamente identificados. Por ejemplo, a través del “club digital” donde se les brinda el préstamo de computadoras con acceso a Internet y se les ofrecen talleres sobre el uso de las nuevas tecnologías, han podido poner en práctica destrezas y nuevos conocimientos. Según Daniel, a través de las redes sociales los jóvenes han encontrado un espacio para expresar sus sentimientos, además de haber mejorado su habilidad para escribir, se han interesado por la serigrafía, participan en comunidades como acción poética y algunos incluso han aprendido programas de diseño.
Desde muy temprano, “Techo” abre sus puertas cada día para empezar de nuevo, conscientes de que se han convertido en algo más que un lugar de escape, hoy son una opción para cientos de jóvenes, promoviendo la fraternidad y la inclusión, pensando siempre en el bien de los demás. Allí es donde Daniel llega cada mañana, puntual a su cita, con la que considera su comunidad, él mismo lo describe como un trabajo fuerte, pero dice alimentar sus ánimos de las experiencias e historias de vida que ha visto pasar por el centro.
Daniel concluye: “Si el joven está triste, nosotros estamos tristes, ya que trabajamos por la comunidad”.

viernes, 9 de mayo de 2014

La herencia de #YoSoy132

En los últimos años, hemos podido presenciar cómo un gran sector de la población joven a nivel mundial se ha apoderado de Internet, ya no sólo como una herramienta tecnológica, sino también como una plataforma política y social. Particularmente, a través de las redes sociales como Facebook y Twitter, se han difundido y gestado movimientos como el de los indignados en España, la primavera Árabe, las recientes movilizaciones en Brasil y el #YoSoy132 en nuestro país.
Por Noé Alí Sánchez Navarro @noesanz
Quizá pocos imaginaron la transcendencia que tomaría el movimiento #YoSoy132, el mismo que encontró sus raíces en la juventud universitaria, pero que al tiempo logró “provocar” no sólo a estudiantes y jóvenes, sino que fue encontrando refugio, fortaleza y apoyo en muchas regiones del país.
Se cumplen dos años del inicio de este movimiento. Aquel 11 de mayo del 2012 en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México (Ibero) comenzó lo que cimbraría y llevaría a otra dimensión una campaña electoral en la que prevalecían: el poder del monopolio televisivo y de algunos otros medios, un proceso frío e insípido, y la supuesta apatía de los jóvenes mexicanos por ser partícipes en el terreno de lo político.
 Desde ese día, el movimiento ha permanecido en el centro de la crítica, para muchos gravitando en la radicalidad y para otros, representando un aire frescopara la política nacional.
Para empezar, #YoSoy132 llevó al terreno de la opinión pública y del debate nacional las propuestas, protestas y exigencias de los jóvenes, es decir, la realidad descrita por ellos mismos y no a través de intermediarios o representantes políticos.
Los temas puestos en la mesa fueron (y siguen siendo) factores fundamentales para los jóvenes, pero no por eso se encontraban fuera los demás reclamos sociales: la injusticia, la corrupción, la pobreza, la represión, el abuso de autoridad y la impunidad.
También, le debemos poder ser testigos de una nueva camada de activistas y luchadores sociales, porque logró “despertar” a más de uno, e independientemente de las preferencias políticas, la fuerza del movimiento “empujó” a una gran cantidad de ciudadanos a repensar el estado de la política actual, la democratización de los medios y la fuerte necesidad de una democracia fuerte y real.
Le debemos al #YoSoy132 la recuperación de la memoria histórica de los movimientos juveniles organizados en décadas pasadas, cuando el autoritarismo del partido hegemónico reprimía el pulso de la protesta social.
En gran medida el movimiento recuperó muchas de las demandas, hartazgos, sueños y esperanzas de los grupos obreros, campesinos y estudiantiles.
Aunque algunos consideran que el movimiento se ha ido esfumando a lo largo de los días, aún es posible ver en distintas ciudades a jóvenes comprometidos con el movimiento, quizá incorporando algunas cosas de acuerdo a sus realidades, pero conservando la esencia del mismo: la autenticidad y la horizontalidad.
De igual manera le debemos la espontaneidad del movimiento, su creatividad y el ingenio, utilizando todos los recursos (im)posibles a su alcance para la trasmisión constante de sus ideas y acciones. Reposicionando el uso de Internet, convirtiéndolo en un espacio abierto, de diálogo, interacción y debate.
A través del 132 pudimos palpar términos como “organización horizontal”, “política viral” y  “tecnopolítica”, así como presenciar que la organización ciudadana es posible a través del uso de las redes sociales, por medio de “posts” y “tuits”; y que el debate virtual que se inicia a través de #hashtags puede trascender, nutrirse y llegar hasta las calles.
Es importante recordar que la incursión del movimiento se dio en un contexto de desilusión política, a causa de la transición democrática que resultó ser sólo una ilusión, y de un ambiente de alto peligro a consecuencia de la famosa guerra contra el narcotráfico, la misma que dejó a su paso miles de muertos, huérfanos y un país envuelto en el miedo.
Es en ese contexto donde la presencia de un movimiento que visibiliza al joven como protagonista, cobra más valor. Desde la mirada adultocéntrica se critica y cuestiona con severidad la apatía juvenil, quizá esta mirada se encuentre desgastada, porque guste o no, el movimiento movió por sí solo a multitudes, tuvo impacto político y despertó el activismo ciudadano.
Se cumplen dos años de #YoSoy132, probablemente nadie imaginó que de aquella manifestación en la Universidad Iberoamericana vendrían después las grandes movilizaciones, la organización de asambleas, y la presentación de manifiestos, momentos que hicieron vibrar las circunstancias de la política nacional.
México le debe mucho a este movimiento, porque aunque quizá el 132 no alcanzó a cumplir con todos los propósitos trazados, ni tampoco cambió el destino del país, “provocó” a una nueva generación de jóvenes, y ellos si pueden cambiar el futuro del país. 

viernes, 25 de abril de 2014

Batallas en las calles: La Criminalización de la protesta.

La iniciativa enviada por el presidente Enrique Peña Nieto en materia de telecomunicaciones ha vuelto a polarizar, sacudir y atemorizar al país. Aunque para algunos es un tema escabroso y confuso, un sector de la población decidió manifestar su inconformidad en las calles; si bien es cierto que estas movilizaciones han provocado que el tema se analice mejor, también han dejado al descubierto (una vez más) que la represión y la censura han asfixiado toda posibilidad de protesta social.  

Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz

En México se han incrementado considerablemente las violaciones a la libertad de expresión, parece ya un tema recurrente que en cada manifestación por parte de la sociedad, nos encontremos con enfrentamientos violentos, abusos por parte de la autoridad y detenciones injustas y arbitrarias.

Ante el contexto actual, decir que la sociedad no se encuentra confusa, dividida e incluso polarizada, sería mentir. Cada una de las movilizaciones sociales de las que hemos sido testigos en los últimos dos años, representan una serie de desilusiones, miedos, inconformidades y un profundo hartazgo.

A pesar de que en nuestra ley se establece que la manifestación de las ideas no deberá ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa o que no se podrá coartar el derecho a asociarse o a reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito, en las últimas protestas ciudadanas ha quedado muy claro que, las manifestaciones incomodan de sobremanera a quienes dirigen el rumbo del país.

La movilización más reciente se realizó hace algunos días, fue convocada a través de las redes sociales y buscaba expresar particularmente, el rechazo a la regulación de internet que se había establecido dentro de las leyes secundarias de la reforma en telecomunicaciones.

A pesar de que la manifestación se realizó de manera pacífica, un grupo de personas fueron interceptadas y golpeadas por policías de la Ciudad de México, lo que dejó como resultado heridos y detenidos, la mayoría de ellos jóvenes.

Más allá de hacer un análisis sobre el contenido, las consecuencias, desventajas, o supuestos beneficios que esta reforma traería, creo que es importante detenernos en el hecho de que en México cada vez es más difícil manifestar el rechazo o la inconformidad.

Esta vez fueron pocos los afectados, pero si hacemos memoria, nos vamos a encontrar con que en los últimos años este tipo de situaciones se han venido presentando de manera constante, además de que se ha incrementado el uso de la fuerza pública, lo que ha provocado enfrentamientos cada vez más violentos entre sociedad y policías.

Desde el primero de diciembre de 2012, durante la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de México, quedó claro que la postura que se tendría para las manifestaciones sería responder con mano dura.

Luego, pudimos ver en los enfrentamientos entre policías y maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, durante las manifestaciones contra la reforma educativa, que el diálogo sería simulado y con muchos obstáculos.

Por otro lado, se encuentran aquellas que se viven en el interior del país, mismas que reclaman justicia, mejores salarios, empleos, apoyos, entre otras exigencias; han dejado en claro que las formas no importan cuando se trata de “preservar la paz y el orden público”.

Hace algunos días, varias organizaciones defensoras y promotoras de los derechos humanos, presentaron el informe “Control del Espacio Público", los resultados de este estudio nos avientan a una desalentadora realidad: Existen claros indicios de una política de criminalización y persecución ante la protesta social.

Según dicho informe, en los últimos años se han incrementado las violaciones al derecho a la protesta, así como también se ha atentado contra la libertad de expresión. Buscando por diversos medios criminalizar y reprimir la protesta social.

Si volteamos la mirada nos vamos a encontrar con movilizaciones y operativos policiacos impresionantes y exagerados; con un manejo mediático que lejos de informar, estigmatiza a quien protesta, y por supuesto, con un gobierno que parece, le resulta muy complicado escuchar. 

Estamos frente a los síntomas de un mal patológico que parece haber regresado, es como un cáncer que ha vuelto de golpe y sin previo aviso, el hecho de ver a policías enfrentando a la sociedad como si fueran criminales, representa un doloroso retroceso para el país.

Desgraciadamente después de cada manifestación salen a la luz los abusos, las detenciones arbitrarias, las violaciones a los derechos humanos y el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía. 

Además de esto, el grave problema de la criminalización de la protesta social es que esto ha generado que la sociedad también termine por criminalizar el hecho de expresarse y levantar la voz.

Con la complicidad de algunos medios de comunicación, las manifestaciones se están convirtiendo, para el imaginario social, como asuntos de “revoltosos”, “quejosos” e “inconformes”, para otros tantos y no menos grave, aquellos que protestan son “violentos” y hasta “peligrosos”, es decir, etiquetas por todas partes.

Criminalizar la protesta social elimina toda posibilidad de consenso y de participación ciudadana real, además de que proyecta la imagen de un gobierno temeroso a los cuestionamientos e insensible a la inconformidad.


No podemos aspirar a ser un país con una democracia fuerte y estable, si en él, se permite que las protestas se limiten, impidan o violenten. La libertad de expresión es un pilar de la democracia, es un ejercicio que posibilita de lo político a la ciudadanía.

jueves, 10 de abril de 2014

La invención de culpables: Sentenciar, luego investigar

En México, hay personas que están pagando por un delito que no cometieron. Víctimas de la impunidad, la injusticia y la corrupción, pasan los mejores años de su vida en una prisión, lejos de su familia, con los sueños truncados y la esperanza hecha pedazos. 

Por Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz

Quizá una de las secuelas más dolorosas de la ola de violencia que el país ha vivido en los últimos años es la construcción de presuntos culpables. Aunque existen ya casos que han empezado a visibilizarse, no cuentan con la suficiente atención ni de las autoridades, ni de la misma sociedad.
El pánico de la guerra nos convirtió en una sociedad desconfiada y sumamente temerosa, ansiosa de limpiar las ciudades de criminales, y a la expectativa constante de las capturas y detenciones de quienes habían puesto al país de cabeza.
Durante la famosa Guerra contra el Narcotráfico, se disparó de manera alarmante el índice  de asesinatos, venta de drogas y creció el número de secuestros y extorsiones, prácticamente veíamos en cada noticiero nuevas detenciones.
Por desgracia, es bien sabido que una práctica común por parte de las autoridades es primero detener y luego investigar, debido a que se ha creado la idea de que la detención es sinónimo de resultados, y eso le da tranquilidad y seguridad a la sociedad, aunque en algunas ocasiones se atropellen los derechos de otros.
Tal vez uno de los casos más nombrados es el del profesor chiapaneco Alberto Patishtán Gómez, quien fue sentenciado a sesenta años de prisión por participar supuestamente en el asesinato de siete policías estatales. Debido a un proceso lleno de irregularidades, el profesor tuvo que pasar 13 años en prisión por un crimen que no cometió.
Como la historia de Patishtán hay muchas más, mujeres y hombres que han tenido que pasar por detenciones injustas y arbitrarias, violaciones de sus derechos, y un sinfín de irregularidades en sus procesos judiciales. Ejemplos hay muchos: Jorge Mario González García, Antonio Zúñiga, y Angelina María Méndez Vázquez.
En uno de los numerosos capítulos de la injusticia mexicana y la invención de culpables, aparece la desgracia de Angelina. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y madre de familia, fue detenida hace dos años arbitrariamente para luego ser encarcelada por un delito que no cometió.  
Angelina fue acusada de mantener supuestos vínculos con el crimen organizado y tenencia ilícita de armas.  En una redada llevada a cabo el 18 de abril del 2012, la policía detuvo a Angelina y a 17 personas más, entre ellas, su padre, quien también tuvo que pasar casi dos años en prisión.
Aquel día, Angelina y su padre se encontraban en una propiedad que habían rentado con anterioridad, realizaban algunos trabajos en la vivienda junto con dos personas más. Ahí, llegó un grupo de policías municipales. Los agentes no dieron explicaciones entraron sin ninguna autorización en la vivienda y se los llevaron detenidos.
Angelina, su padre y sus acompañantes, fueron presentados ante los medios de comunicación junto con otro grupo de personas que habían sido capturadas en operativos similares realizados ese mismo día en la ciudad. Bajo la lógica del espectáculo mediático para presentar criminales, los supuestos responsables fueron fotografiados junto a las armas y drogas decomisadas.
Ni la falta de pruebas por parte de las autoridades, ni los testimonios obtenidos a favor de los acusados, ni las manifestaciones sociales en contra de su detención, pudieron evitar que Angelina y su padre fueran a la cárcel.
Hace algunos días, ambos fueron puestos en libertad, un juez los exoneró de toda responsabilidad y dictó sentencia absolutoria. Después de casi dos años marcados por la injusticia pudieron encontrarse de nuevo con sus familiares y amigos.
Estar en prisión debe ser una de las peores experiencias para cualquier persona, pero seguramente es más doloroso estar ahí sin ningún motivo que lo justifique, presos por el error, la corrupción, la incapacidad y la insensibilidad de otros. 
Los días de Angelina en prisión dejan al descubierto que cualquier ciudadano puede ser acusado, detenido, y hasta sentenciado por un delito que jamás cometió, incluso sin tener pruebas.
También evidencian que aún no se ha puesto fin a este tipo de injusticias, que no son casualidades ni casos aislados, sino que son reflejo de un sistema de justicia que, de manera irresponsable, primero encarcela y luego investiga.
Angelina ha vivido una de las peores injusticias: ver mancillada su dignidad y violados sus derechos con el solo fin de aparentar que la Justicia funciona. Mientras ella tendrá que empezar de nuevo,  el sistema judicial, con la mano en la cintura dice: Nos equivocamos.

“La prisión acaba, la prisión de hierro, pero continúa la prisión del sueño”.
-Silvio Rodríguez

viernes, 4 de abril de 2014

Precariedad, Riesgo e Informalidad: Los rostros del empleo juvenil.

Todo indica que los jóvenes mexicanos no caben en la economía formal del país. La precariedad de los empleos y la informalidad, han dejado al descubierto la terrible incertidumbre en la que éstos viven, teniendo que aceptar las migajas de un modelo económico feroz y sumamente excluyente.
Por: Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz 
Desde hace muchos años el discurso gubernamental ha sido el mismo: habrá más y mejores empleos. Sin embargo, el día a día muestra una cosa totalmente distinta. La realidad es que para la mayoría de las familias es imposible vivir sólo con el salario de uno o dos de sus integrantes, lo que obliga, especialmente a los jóvenes, a moverse para conseguir un empleo que les permita aportar algo a su casa y, en algunos casos, seguir estudiando.
A pesar de que, según las cifras oficiales, el desempleo ha disminuido en los últimos años, ni las condiciones laborales, ni los salarios se han visto favorecidos. Por el contrario, estas condiciones de inseguridad laboral y sueldos sumamente limitados han obligado a los jóvenes a aceptar puestos y ocupaciones temporales donde, en muchas ocasiones, no existen contratos, y mucho menos prestaciones.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, el 59% de aquellos que se encuentran en la llamada “edad productiva” están insertos en la informalidad, y de éstos, son los jóvenes de entre 15 y 24 años los que principalmente se encuentran bajo esta condición.
Este sector de la población se está enfrentando a un mercado que cada vez limita más las oportunidades, porque ya no se trata sólo de tener las aptitudes y conocimientos para poder aspirar a un puesto o a un trabajo estable. Las opciones se reducen y la necesidad de trabajar es apremiante.
Hoy, más que nunca, estamos siendo testigos y no sólo de la falta de oportunidades, tema que desgraciadamente sigue prevaleciendo. Ante el panorama de lo incierto, los jóvenes han terminado por enrolarse en trabajos que reúnen características fatales: precarios, riesgosos e informales.
Desde hace tiempo la principal insatisfacción o descontento estaba en aquellos jóvenes que durante años se habían esforzado por terminar sus estudios profesionales y que, al salir, se encontraban en la lamentable situación de no encontrar algún trabajo que correspondiera a su área de estudio.
Es común que nos encontremos profesionistas que tienen que trabajar como taxistas, comerciantes, despachadores o en alguna otra actividad totalmente lejana a sus intereses. Ahora presenciamos a una generación que no ha tenido más remedio que asumir y agregarse a la dinámica del mercado.
Precariedad: La asfixia a los derechos humanos y laborales

Son los espacios donde los jóvenes carecen de cualquier forma de inclusión social por medio del empleo. Se les obliga a trabajar más de la jornada establecida, no hay pago de horas extras, los salarios son ridículos, no hay ningún tipo de certeza sobre la permanencia en el empleo y las prestaciones sociales o de jubilación son impensables. 

Riesgosos: La vida de por medio

Son los trabajos que ofrecen todo a cambio de entregar la vida, de un solo golpe o poco en poco. Hasta hace algunos años, eran los empleos relacionados con la calle, pero recientemente, el narcotráfico, el crimen, la prostitución y demás acciones al margen de la ley, se han convertido en la opción.

Informales: Sin registro, sin historia

A pesar de los planes y proyectos, la informalidad se mantiene vigente. Empleos al alcance de muchos, pero que no cumplen con las formalidades legales y, por lo tanto, no representan ninguna garantía laboral.

Los jóvenes aceptan un contrato que no tiene rumbo, la falta de experiencia, y sobre todo la necesidad, los empuja al abismo del mercado dominante.

Conscientes de la dificultad que implica conseguir un empleo estable, legal y formal, la desilusión ha provocado que estemos presenciando que miles de jóvenes hayan optado por el dinero difícil, porque aunque muchos le llamen fácil, finalmente han apostado toda su vida por un ingreso.

Los jóvenes han encontrado a través de estos empleos temporales una forma de subsistir de manera permanente, aunque muchas veces caminen en lo ilícito o lo incierto: vendedores ambulantes, piratería, abrir algún negocio pequeño, y hasta algún oficio. Obviamente, sin derecho a prestaciones, y mucho menos generar antigüedad.
Esos son los rostros de los empleos a los que muchos jóvenes tienen acceso, sean muchos o pocos, las condiciones son sumamente desalentadoras, digamos que son una estaca clavada en la esperanza, y por lo tanto, en el futuro.
Es bien sabido que el crecimiento del bono demográfico traerá bajo el brazo una gran demanda laboral para los próximos años, es decir, millones de jóvenes estarán listos para ingresar al mercado laboral, pero tal vez, este mercado ya dio suficientes señales de no estar listo para recibir a las nuevas generaciones.
Para muchos. puede parecer un tema ambiguo o trillado, pero seguir dejándolo a un lado, como si no pasara nada, pensando que el propio sistema económico acomodará a los jóvenes como piezas en un engrane perfecto, es vivir en el error.  
Quizá la disminución del desempleo represente un avance, pero eso no significa que existan mejores condiciones económicas para los individuos. El gran reto no es generar muchos empleos, sino que estos dejen de estar marcados por la ferocidad y la exclusión del mercado dominante. 

viernes, 28 de marzo de 2014

Incapacidad y abandono: El camino de los niños migrantes.

Cada vez son más los niños que intentan cruzar a los Estados Unidos de manera ilegal. Sin importar la nacionalidad, en su lucha por encontrarse en muchas ocasiones con sus padres o buscando mejores condiciones de vida, el camino rumbo al “sueño americano” los deja expuestos a la explotación, la violencia, el abuso, la trata y hasta la muerte.
Por Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
México es un país de tránsito de migrantes, muchos sudamericanos y centroamericanos se han internado en este país de forma temporal y en la primera oportunidad han emprendido  su viaje hacia el norte, haciéndolo, en la mayoría de los casos de forma ilícita.
A pesar de esta condición como destino de migrantes, desgraciadamente México no ha podido ser un país donde se garanticen los derechos de éstos, ni de los connacionales que regresan a su tierra, mucho menos de los extranjeros. Para muestra, los cientos de indocumentados secuestrados y asesinados a manos de la delincuencia o las redes del narcotráfico.
En los últimos años se ha incrementado el número de infantes que intentan cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. Niños que viajan solos, sin la protección o cuidado de algún familiar, que son entregados en cierto rincón del país o del continente, y que a partir de ahí, empiezan la aventura de un viaje que no tiene boleto de regreso.
Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), en los últimos dos años México repatrió a más de 10,000 niños indocumentados a sus países de origen, la gran mayoría de ellos intentando llegar a Norteamérica.
Para aproximarnos a lo que este desplazamiento implica, tendríamos que ser muy conscientes de que seguramente estos niños no han decidido hacerlo por mero gusto o placer, lo hacen movidos por el deseo de encontrarse con su familia, buscando mejores condiciones de vida y, en otros casos, huyendo de la violencia, la marginación y la pobreza.
Al peligro inminente que representa atravesar México para llegar a la frontera, habrá que agregarle los rígidos controles migratorios para poder cruzar, mismos que han provocado que los llamados “polleros”, busquen opciones más riesgosas para evitar ser capturados por la policía migratoria, lo cual pone en grave peligro la vida de los migrantes.
Ante estos riesgos, sin duda los más vulnerables son los niños, porque no sólo se trata de evitar ser detenidos por las autoridades migratorias, que en ocasiones sería lo mejor que les pudiera pasar, en comparación a ser secuestrados, capturados por el crimen organizado (narcotráfico o trata infantil), u otro tipo de agresiones.
Hace algunas semanas, en Ciudad Juárez sucedió una de esas tragedias que sobrepasan lo imaginable y dan muestra de la grandísima indiferencia y ausencia de las autoridades. Una verdad que, aunque se niegue, da señales palpables de que está presente: la trata de personas sigue maniobrando frente a nuestras narices.
Nohemí Álvarez Quillay, una niña de nacionalidad ecuatoriana, y de tan sólo 12 años de edad, fue encontrada sin vida en el baño de una casa hogar de la localidad. Según personal de esa asociación, la menor se enredó la cortina de la regadera en el cuello, y se colgó del mismo tubo que la sostenía, para así, quitarse la vida.
La muerte de Nohemí, sucedió pocos días después de que ésta fue capturada por la Policía Estatal, mientras realizaban un recorrido por las orillas del Río Bravo, donde interrogaron a un hombre que presentaba actitudes sospechosas y que tenía a la menor en el interior de su camioneta.
El propósito del “pollero”, era cruzar a la niña de forma ilegal para que ella pudiera llegar hasta Nueva York, donde se encontraría con sus padres, quienes habían pagado 15 mil dólares para volver a ver su hija. Pero el camino de Nohemí, a unos pasos de pisar suelo estadounidense se vio tajantemente interrumpido.
En ese momento, el hombre, Domingo Fermas Uves, fue detenido y llevado al Ministerio Público Federal (aunque días después fue dejado en libertad), mientras que Nohemí fue trasladada al albergue, donde desgraciadamente terminaría su vida.
Después de encontrar sin vida a la menor, todas las instancias implicadas en el caso, los que la detuvieron, los que la trasladaron, y hasta los que la interrogaron, decidieron optar por lavarse las manos, decirse inocentes y darse la media vuelta.
Como la historia de esta niña ecuatoriana hay otras tantas que se escriben diariamente. Nohemí representa a los niños que emprenden un viaje sin conocer a lo que en realidad se enfrentan: la maldad existente, personas sin escrúpulos y autoridades incompetentes.
A Nohemí, como muchos de los indocumentados que pasan por este país se le ignoró, porque siempre será más cómodo emprender un juicio hacia los padres de la menor, por no tenerla con ellos, por olvidarla o por abandonarla, pero ése es otro tema. La postura incómoda es la que nos dice que a pesar de ser una niña, migrante e indefensa, decidieron dejarla en un albergue, sin conocer su estado emocional ni físico.
Se mostró que institucionalmente no hubo un trato acertado, ni se le dio protección, ni los cuidados y mucho menos el seguimiento psicológico y médico que una menor de edad que tenía días viajando, probablemente en condiciones de alto riesgo, merecía tener. Como cualquier ser humano.
Ojalá que el caso de Nohemí Álvarez no se vaya al fondo de un archivo, su muerte debe ser motivo de muchos cuestionamientos, por ejemplo: ¿Qué hacer con la trata de personas? ¿Reciben los niños migrantes un trato digno? ¿Se respetan sus derechos? ¿Los albergues o centros están capacitados para recibir a niños migrantes? ¿Hay colaboración entre las diferentes instancias gubernamentales para atender estos casos?
¿Por dónde empezamos?

viernes, 14 de marzo de 2014

Lo que el alcohol nos robó: Responsabilidad y Conciencia Social.

Recientemente se ha hablado mucho sobre la legalización de las drogas, particularmente la mariguana, esto ha provocado gran controversia y polémica. Y aunque es un tema que debe ser abordado con urgencia, es un hecho que en México, no hemos demostrado estar listos siquiera para afrontar las consecuencias directas y/o indirectas del uso (y abuso) de sustancias legales, como el alcohol. 

Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz

A muchos les puede sonar a “cliché” o a condena social, pero si hay una sustancia que se ha convertido altamente adictiva y mortal, ya sea porque se encuentra al alcance de las mayorías o por la misma aprobación que tiene socialmente, es el alcohol en sus diferentes presentaciones.

Según la Encuesta Nacional de Adicciones, del 2008 al 2011, el consumo de alcohol se incrementó en un 10% a nivel nacional. Los datos arrojados por esta encuesta permiten visibilizar que el consumo de esta sustancia es el principal problema de adicción en nuestro país.

Además de este incremento, en los últimos años, el inicio de consumo de alcohol también descendió tanto en hombres como en mujeres, lo que significa que cada vez son más jóvenes aquellos que ingieren alcohol por primera vez. El promedio de edad de los varones es 16.62 años, mientras que en las mujeres es de 19 años.

Según la última Encuesta Nacional de Juventud, el consumo de alcohol entre los jóvenes se incrementó; y en la mayoría de los casos, debido a lo fácil de adquirir y a su bajo costo, éstos empiezan a ingerir bebidas alcohólicas antes de lo permitido por la ley, a pesar de las medidas existentes para evitarlo.

En México, la adicción al alcohol ha traído consigo un aumento considerable de males directos e indirectos, de los primeros, podemos destacar todos los padecimientos y enfermedades, mismos que en ocasiones conducen a la muerte; de los indirectos, los cuales podríamos catalogar como los daños colaterales del consumo, destacan los decesos a consecuencia de los accidentes viales.

Cada vez son más los casos donde la combinación del alcohol y el volante terminan por ser una mezcla mortal. Según CENAPRA, cada año mueren 24,000 personas en accidentes automovilísticos, y de ellos, el 60% son a causa del alcohol. No por nada los accidentes de tráfico se han convertido en una de las principales causas de muerte en el país.

Aunque los datos suenan aterradores, la realidad es que cada fin de semana este tipo de “accidentes” se siguen presentando sin dar señales de pronta disminución o mejora. Prevalecen los choques, los atropellos, las detenciones por manejar en estado de ebriedad, y demás incidentes; desgraciadamente, muchos de ellos teniendo a los jóvenes como protagonistas.

El ingerir alcohol ha dejado de ser una actividad exclusiva de los adultos, de hecho los jóvenes han construido nuevas formas y usos del alcohol: Inician a temprana edad; existen más mujeres como consumidoras; el alcohol guarda una relación estrecha con la diversión y el ocio;  y se combinan varias bebidas como sinónimo de exploración.

El consumo excesivo del alcohol ha terminado por ser visto sólo como un problema de salud pública, pero existen otros factores que se han convertido en enormes riesgos individuales y sociales: conductas violentas y/o agresivas, problemas familiares, actos delictivos, y la irresponsabilidad de conducir un automóvil en estado de ebriedad.

Aunque se han invertido millones de pesos en campañas de concientización para evitar que automovilistas conduzcan alcoholizados, es un hecho que éstas, han tenido muy pobres resultados, y no se trata de que estén bien o mal elaboradas o dirigidas, sino que socialmente hemos sido permisivos con el abuso del alcohol.

En muchas ocasiones, los mismos establecimientos que difunden este tipo de campañas, llámense bares, antros, restaurantes o licorerías, son los mismos que permiten que jóvenes menores de edad puedan adquirir o consumir bebidas alcohólicas sin ninguna objeción, esto, bajo la complacencia de las autoridades y de la misma sociedad.   

Programas gubernamentales como el “alcoholímetro”, tampoco han sido suficientes, aunque ciertamente hay personas que reconsideran conducir después de haber bebido, lo hacen movidos por el miedo a ser detenidos o por lo costosa que puede resultar la multa, pero desgraciadamente, no es por una cuestión de responsabilidad.

Otro elemento a considerar, es que en ocasiones, este tipo de “retenes viales” que buscan evitar que conductores ebrios expongan su vida y la de los demás, terminan por verse corrompidos por las mismas autoridades viales; y en otros casos, son suspendidos por fuertes intereses comerciales, ya que este tipo de actividades preventivas son vistas como un atentado en contra de los establecimientos nocturnos.

No se trata de ver el consumo del alcohol sólo desde la persecución y la prevención de accidentes, también es motivo de preocupación los usos y abusos que se están dando desde edades muy tempranas. Tanto nos debe alarmar un accidente como la vida de quien lo provoca.

Como sociedad, nos hemos relajado ante un problema silencioso, doloroso y con muchísimas aristas, los debates planteados en torno a las drogas ilícitas, han borrado del mapa la reflexión social sobre lo que el consumo del alcohol va dejando a su paso, desde la adicción hasta el consumo irresponsable.

No es una cuestión idealista, ni una exageración, tanto las consecuencias directas como las indirectas del consumo del alcohol, nos están arrebatando a miles de niños y jóvenes, desde los que beben a temprana edad y nadie les presta atención, hasta los que pierden su vida por conducir en estado de ebriedad o son embestidos por otro conductor en estas circunstancias.

Tanto mata el alcoholismo, como su uso irresponsable y la falta de conciencia social. Ésta última, nos pertenece a todos.


martes, 4 de marzo de 2014

Memoria


Estoy aquí, en la casa, a solas.
Aquí están los muebles, el aire, los ruidos.
Tengo un sentimiento tan transparente
como el vidrio de una ventana.
Es como la ventana en que miraba la nieve al amanecer,
hace muchos años, cuando era niño.,
y pegaba la cara contra el cristal y comprendía toda la vida.
Es un deseo en calma, como la tarde.
Es estar como están todas las cosas.
Tener mi sitio como todo lo que está en la casa.
Perdurar el tiempo que sea, como las cosas.
No ser más ni mejor que ellas.
Sólo ser, en medio de la mi vida,
parte del silencio de todas las cosas
.

Carlos Montemayor.  

viernes, 21 de febrero de 2014

De la ficción a la realidad: Los niños de la violencia.

Negar o esconder la violencia en México parece una tarea difícil, pero intentar hacerlo con los niños, es prácticamente imposible.

Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
Los niños poseen una característica que siempre los distingue: La curiosidad. Ellos preguntan, indagan y buscan, sin ningún temor a lo que puedan encontrar. Pero también, son inocentes y vulnerables ante la maldad, la inseguridad y la violencia. 
Recuerdo que al inicio de la reciente crisis de violencia, muchos padres y maestros les contaban historias a los niños para evitar que fueran presas del miedo. Relatos que buscaban desviar su atención de los asesinatos que acaecían  diariamente y a unas cuantas calles de sus escuelas o casas.
En muchas escuelas, los niños tuvieron que aprender que, cuando escucharan el sonido de   balazos tenían que tirarse al suelo y no moverse bajo ningún motivo. También, tuvieron que ser testigos de compañeros de clases que jamás volvieran, y que desaparecieron sin dejar rastro; además de acostumbrarse (en algunos casos) a ver policías y hasta soldados, patrullar durante todo el día por sus calles.
Los niños han tenido que soportar la pérdida de un ser querido, alguien a quien dejaron de ver y que seguramente, la explicación que les dieron sobre su muerte o desaparición, fue fría y escueta, pero que indudablemente, y a su modo de ver la vida, ellos comprendieron.
Ellos entienden que en el México de hoy ese tipo de cosas suceden, lo saben porque ven armas largas en muchos lugares por donde ellos transitan (en el centro comercial, en el parque, en el barrio), lo saben porque lo ven en diferentes programas de televisión y además, lo saben porque les ha tocado presenciarlo, escucharlo y vivirlo. 
Sí, nuestros niños saben desde hace mucho que algo anda mal.
Quizás, podríamos pensar que en el mundo de los niños ese tipo de situaciones pasan a segundo término o desapercibidas, pero no es así, no sólo me refiero a que sean víctimas directas de la violencia para que esto afecte su desarrollo, el sólo hecho de convivir en un entorno así, está dejando una marca que puede ser imborrable.
Desde que los índices de inseguridad y violencia se incrementaron, los principales esfuerzos para contrarrestarlos han sido para combatirla de forma directa: Con igual o más violencia, lo que ha dado como resultado más errores que aciertos, es decir, mayor inseguridad, muerte e injusticia.
Precisamente, esos grandes errores son los que han dejado a miles de niños en total abandono familiar, material y emocional.  Aunque es difícil concretar una cifra exacta, se sabe que a raíz de la inseguridad, y no sólo me refiero a la guerra contra el narcotráfico, sino también a los secuestros, asaltos, extorsiones, ejecuciones, y otro tipo de crímenes, miles de niños han perdido a su padre o madre, y en algunos casos a ambos.
Son miles los infantes que han quedado desprotegidos y sin cuidado, porque muchos de ellos no cuentan con algún familiar que pueda hacerse cargo de ellos después de perder a sus padres, y en algunos casos o en la mayoría, el gobierno no cuenta con los espacios suficientes o personal capacitado para atender este tipo de situaciones. Son los huérfanos de la violencia.
A otros niños no les ha quedado más opción que el crimen, porque aunque nos duela reconocerlo y aceptarlo, es así, cada vez son más casos donde se encuentran a menores relacionados con el crimen, ¿Se acuerdan de “El Ponchis”?  Que a los 14 años confesó haber matado a cuatro personas y también haber participado en varios secuestros. Pues de eso estoy hablando, no como tema aislado y lejano, sino como contundente síntoma de un mal que avanza. Son los herederos de la violencia.
Hoy, cuando las autodefensas son un tema urgente en el país, y que sus causas y formas pueden verse desde diferentes ángulos, nos encontramos a menores de edad que han tenido que tomar las armas para defender lo suyo, a los suyos, y a ellos mismos. Son los hijos de la violencia.  
Los otros, desgraciadamente son las víctimas de la violencia, aquellos niños que sus sueños fueron interrumpidos a costa de la violencia social que predomina en los últimos años. De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia (REDIM), de diciembre de 2006 a octubre del año pasado, fueron 1.837 los menores de edad que murieron a consecuencia del crimen organizado.
Allá vienen las próximas generaciones, aquellas que están creciendo a la sombra de la muerte, la injusticia y el abandono. Pueden decirme pesimista, pero la realidad es que hay miles de niños que se nos están quedando en el olvido mientras intentamos salvar al país. Es imposible que ante un panorama así, los niños no se den cuenta de lo que está pasando, pero lo que me parece más increíble es la indiferencia que existe ante esta situación.  
Décadas atrás, los juegos de policías y villanos, aquellos con pistolas y balas de goma, eran solamente eso: un juego. Hoy, es una realidad a la cual ya no se le puede inventar una historia: Son los niños de México.