Recientemente se ha hablado
mucho sobre la legalización de las drogas, particularmente la mariguana, esto
ha provocado gran controversia y polémica. Y aunque es un tema que debe ser
abordado con urgencia, es un hecho que en México, no hemos demostrado estar
listos siquiera para afrontar las consecuencias directas y/o indirectas del uso
(y abuso) de sustancias legales, como el alcohol.
Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
A muchos les puede sonar a “cliché” o a condena social, pero si hay
una sustancia que se ha convertido altamente adictiva y mortal, ya sea porque
se encuentra al alcance de las mayorías o por la misma aprobación que tiene
socialmente, es el alcohol en sus diferentes presentaciones.
Según la Encuesta Nacional de Adicciones, del 2008 al 2011, el
consumo de alcohol se incrementó en un 10% a nivel nacional. Los datos
arrojados por esta encuesta permiten visibilizar que el consumo de esta
sustancia es el principal problema de adicción en nuestro país.
Además de este incremento, en los últimos años, el inicio de consumo
de alcohol también descendió tanto en hombres como en mujeres, lo que significa
que cada vez son más jóvenes aquellos que ingieren alcohol por primera vez. El
promedio de edad de los varones es 16.62 años, mientras que en las mujeres es
de 19 años.
Según la última Encuesta Nacional de Juventud, el consumo de alcohol
entre los jóvenes se incrementó; y en la mayoría de los casos, debido a lo
fácil de adquirir y a su bajo costo, éstos empiezan a ingerir bebidas
alcohólicas antes de lo permitido por la ley, a pesar de las medidas existentes
para evitarlo.
En México, la adicción al alcohol ha traído
consigo un aumento considerable de males directos e indirectos, de los primeros,
podemos destacar todos los padecimientos y enfermedades, mismos que en
ocasiones conducen a la muerte; de los indirectos, los cuales podríamos
catalogar como los daños colaterales del consumo, destacan los decesos a
consecuencia de los accidentes viales.
Cada vez son más los casos donde la combinación
del alcohol y el volante terminan por ser una mezcla mortal. Según CENAPRA,
cada año mueren 24,000 personas en accidentes automovilísticos, y de ellos, el
60% son a causa del alcohol. No por nada los accidentes de tráfico se han
convertido en una de las principales causas de muerte en el país.
Aunque los datos suenan aterradores, la realidad
es que cada fin de semana este tipo de “accidentes” se siguen presentando sin
dar señales de pronta disminución o mejora. Prevalecen los choques, los
atropellos, las detenciones por manejar en estado de ebriedad, y demás
incidentes; desgraciadamente, muchos de ellos teniendo a los jóvenes como
protagonistas.
El ingerir alcohol ha dejado de ser una
actividad exclusiva de los adultos, de hecho los jóvenes han construido nuevas
formas y usos del alcohol: Inician a temprana edad; existen más mujeres como
consumidoras; el alcohol guarda una relación estrecha con la diversión y el ocio; y se combinan varias bebidas como sinónimo de
exploración.
El consumo excesivo del alcohol ha terminado por
ser visto sólo como un problema de salud pública, pero existen otros factores
que se han convertido en enormes riesgos individuales y sociales: conductas
violentas y/o agresivas, problemas familiares, actos delictivos, y la
irresponsabilidad de conducir un automóvil en estado de ebriedad.
Aunque se han invertido millones de pesos en
campañas de concientización para evitar que automovilistas conduzcan
alcoholizados, es un hecho que éstas, han tenido muy pobres resultados, y no se
trata de que estén bien o mal elaboradas o dirigidas, sino que socialmente hemos
sido permisivos con el abuso del alcohol.
En muchas ocasiones, los mismos establecimientos
que difunden este tipo de campañas, llámense bares, antros, restaurantes o
licorerías, son los mismos que permiten que jóvenes menores de edad puedan
adquirir o consumir bebidas alcohólicas sin ninguna objeción, esto, bajo la
complacencia de las autoridades y de la misma sociedad.
Programas gubernamentales como el “alcoholímetro”,
tampoco han sido suficientes, aunque ciertamente hay personas que reconsideran
conducir después de haber bebido, lo hacen movidos por el miedo a ser detenidos
o por lo costosa que puede resultar la multa, pero desgraciadamente, no es por
una cuestión de responsabilidad.
Otro elemento a considerar, es que en ocasiones,
este tipo de “retenes viales” que buscan evitar que conductores ebrios expongan
su vida y la de los demás, terminan por verse corrompidos por las mismas autoridades
viales; y en otros casos, son suspendidos por fuertes intereses comerciales, ya
que este tipo de actividades preventivas son vistas como un atentado en contra
de los establecimientos nocturnos.
No se trata de ver el consumo del alcohol sólo
desde la persecución y la prevención de accidentes, también es motivo de
preocupación los usos y abusos que se están dando desde edades muy tempranas.
Tanto nos debe alarmar un accidente como la vida de quien lo provoca.
Como sociedad, nos hemos relajado ante un
problema silencioso, doloroso y con muchísimas aristas, los debates planteados
en torno a las drogas ilícitas, han borrado del mapa la reflexión social sobre
lo que el consumo del alcohol va dejando a su paso, desde la adicción hasta el
consumo irresponsable.
No es una cuestión idealista, ni una exageración,
tanto las consecuencias directas como las indirectas del consumo del alcohol, nos
están arrebatando a miles de niños y jóvenes, desde los que beben a temprana
edad y nadie les presta atención, hasta los que pierden su vida por conducir en
estado de ebriedad o son embestidos por otro conductor en estas circunstancias.
Tanto mata el alcoholismo, como su uso irresponsable
y la falta de conciencia social. Ésta última, nos pertenece a todos.
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