viernes, 5 de septiembre de 2014

Corrupción: acusación y mea culpa.

La corrupción es uno de los males más dañinos para México. En las últimas décadas hemos presenciado cómo este fenómeno ha marcado la dinámica social, política y económica del país. Desgraciadamente, parece que nos hemos acostumbrado a ver cómo políticos, empresarios, policías, líderes sindicales, instituciones, funcionarios públicos y la misma ciudadanía, son partícipes de este tipo de actos, lo que deja en evidencia, lo arraigada que se encuentra en nuestra cultura. 
Por Noé Alí Sánchez Navarro/@noesanz
Lejos de ser sólo un dicho o una frase popular: “El que no tranza, no avanza”, de cierta manera representa que la corrupción ya es parte de lo cotidiano. La ciudadanía se ha apropiado de esta lógica, y ante la costumbre, lo ha dejado de ver como un problema y lo ha asumido como una especie de mal necesario. 
Aunque resulta sumamente complicado medir índices de corrupción, es decir, saber qué tan corruptos somos los mexicanos en las actividades que realizamos, podemos darnos cuenta de que a pesar de las estrategias implementadas en los últimos años, y por lo que vemos en las calles y en los medios de comunicación, no hemos avanzado, al contrario, hemos retrocedido angustiosamente.
A finales del año pasado, la organización Transparencia Internacional dio a conocer su Índice de Percepción de la Corrupción 2013, en el cual, México se ubicó en el lugar 106 de 177 naciones, lo que significa, según dicho organismo, que nuestro país es uno de los más corruptos.
La corrupción es un mal social que se relaciona normalmente con las acciones del gobierno, los partidos políticos y las grandes empresas, y no es para menos, la verdad es que no deja de sorprendernos el hecho de que servidores públicos se valgan de este tipo de acciones para conseguir un beneficio personal o para el grupo al que pertenecen.
De los numerosos casos de corrupción que han trascendido, de acuerdo al poder económico y político de los implicados, en la mayoría de ellos, simplemente se hizo poco o nada. El archivo de  la corrupción tiene nombres como: Carlos Romero Deschamps, Genaro García Luna, Humberto Moreira, Tomás Yarrington, HSBC Holdings, Wal-Mart, y Oceanografía, y podríamos seguir con una cuantiosa lista.
La corrupción se ha convertido en un estilo de vida para un amplio sector de la sociedad. No se trata sólo de decir que los liderazgos políticos y sociales se encuentran corrompidos, también como sociedad hemos abonado a la construcción de esta cultura, factor que sin duda, ha quebrantado la confianza entre la misma ciudadanía.
Si bien es cierto, que cuando hablamos de corrupción tenemos que referirnos a la falta de ciertos valores como la honestidad, la sinceridad y el respeto, también es cierto que para que ello suceda, se necesita forzosamente la complicidad del “otro”, ya sea de quien corrompe o se deja corromper, es decir, es cosa de dos. 
Se suele hacer un serio enjuiciamiento hacia quienes cometen este tipo de delitos, sobre todo si se trata de servidores públicos, pero también debemos considerar aquellas prácticas menores, esas que quizá, para muchos no representen un gran problema, pero que sin duda se convierten en reproducciones de un mal.
Este tipo de prácticas son todas aquellas que se realizan para obtener alguna ventaja sobre los demás, e inician desde situaciones muy simples: dar “mordida”, hacer uso de influencias, sobornar y/o pagar por no realizar algún trámite u obligación, e incluso, hoy vemos con más frecuencia, cómo algunos jóvenes prefieren pagar para no hacer fila y así ingresar a algún antro o restaurante; la estrategia está en llevar un billete al alcance de la mano.
Lamentablemente, es complicado que la ciudadanía pueda exigir una respuesta cuando ella misma está siendo partícipe y cómplice de este tipo de actividades, insisto, el volumen no importa, lo que cuenta es el hecho, porque con ello, se agrava un problema que inicia como una acción aislada para luego convertirse es una actividad constante y de poder.
Creo que en gran medida la corrupción ha sido un potente catalizador para las desgracias recientes en nuestro país, tan sólo si hablamos del narcotráfico, en cualquiera de sus manifestaciones, resulta muy complicado entender su crecimiento, tráfico y estructura, sin considerar el papel del gobierno como facilitador y guardián de esta actividad criminal.
Pero también en lo micro hay responsabilidades, ya que en cada “mordida”, soborno y uso de influencias, se va construyendo una sociedad más desconfiada, ya no sólo de sus gobernantes y autoridades, sino hasta de sus semejantes. Cuando somos cómplices, partícipes y/o testigos de la corrupción, corrompemos nuestros propios principios.
Es importante ir más allá de las propuestas de ley e iniciativas gubernamentales, para avanzar en este sentido, también es vital que nos convenzamos de que no hay males necesarios, y que el repudio y el rechazo a la corrupción no pueden ser sólo discurso, sino que deben convertirse en acciones que reflejen el verdadero respeto a la ley y a la convivencia ciudadana. 

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