viernes, 28 de marzo de 2014

Incapacidad y abandono: El camino de los niños migrantes.

Cada vez son más los niños que intentan cruzar a los Estados Unidos de manera ilegal. Sin importar la nacionalidad, en su lucha por encontrarse en muchas ocasiones con sus padres o buscando mejores condiciones de vida, el camino rumbo al “sueño americano” los deja expuestos a la explotación, la violencia, el abuso, la trata y hasta la muerte.
Por Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
México es un país de tránsito de migrantes, muchos sudamericanos y centroamericanos se han internado en este país de forma temporal y en la primera oportunidad han emprendido  su viaje hacia el norte, haciéndolo, en la mayoría de los casos de forma ilícita.
A pesar de esta condición como destino de migrantes, desgraciadamente México no ha podido ser un país donde se garanticen los derechos de éstos, ni de los connacionales que regresan a su tierra, mucho menos de los extranjeros. Para muestra, los cientos de indocumentados secuestrados y asesinados a manos de la delincuencia o las redes del narcotráfico.
En los últimos años se ha incrementado el número de infantes que intentan cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. Niños que viajan solos, sin la protección o cuidado de algún familiar, que son entregados en cierto rincón del país o del continente, y que a partir de ahí, empiezan la aventura de un viaje que no tiene boleto de regreso.
Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), en los últimos dos años México repatrió a más de 10,000 niños indocumentados a sus países de origen, la gran mayoría de ellos intentando llegar a Norteamérica.
Para aproximarnos a lo que este desplazamiento implica, tendríamos que ser muy conscientes de que seguramente estos niños no han decidido hacerlo por mero gusto o placer, lo hacen movidos por el deseo de encontrarse con su familia, buscando mejores condiciones de vida y, en otros casos, huyendo de la violencia, la marginación y la pobreza.
Al peligro inminente que representa atravesar México para llegar a la frontera, habrá que agregarle los rígidos controles migratorios para poder cruzar, mismos que han provocado que los llamados “polleros”, busquen opciones más riesgosas para evitar ser capturados por la policía migratoria, lo cual pone en grave peligro la vida de los migrantes.
Ante estos riesgos, sin duda los más vulnerables son los niños, porque no sólo se trata de evitar ser detenidos por las autoridades migratorias, que en ocasiones sería lo mejor que les pudiera pasar, en comparación a ser secuestrados, capturados por el crimen organizado (narcotráfico o trata infantil), u otro tipo de agresiones.
Hace algunas semanas, en Ciudad Juárez sucedió una de esas tragedias que sobrepasan lo imaginable y dan muestra de la grandísima indiferencia y ausencia de las autoridades. Una verdad que, aunque se niegue, da señales palpables de que está presente: la trata de personas sigue maniobrando frente a nuestras narices.
Nohemí Álvarez Quillay, una niña de nacionalidad ecuatoriana, y de tan sólo 12 años de edad, fue encontrada sin vida en el baño de una casa hogar de la localidad. Según personal de esa asociación, la menor se enredó la cortina de la regadera en el cuello, y se colgó del mismo tubo que la sostenía, para así, quitarse la vida.
La muerte de Nohemí, sucedió pocos días después de que ésta fue capturada por la Policía Estatal, mientras realizaban un recorrido por las orillas del Río Bravo, donde interrogaron a un hombre que presentaba actitudes sospechosas y que tenía a la menor en el interior de su camioneta.
El propósito del “pollero”, era cruzar a la niña de forma ilegal para que ella pudiera llegar hasta Nueva York, donde se encontraría con sus padres, quienes habían pagado 15 mil dólares para volver a ver su hija. Pero el camino de Nohemí, a unos pasos de pisar suelo estadounidense se vio tajantemente interrumpido.
En ese momento, el hombre, Domingo Fermas Uves, fue detenido y llevado al Ministerio Público Federal (aunque días después fue dejado en libertad), mientras que Nohemí fue trasladada al albergue, donde desgraciadamente terminaría su vida.
Después de encontrar sin vida a la menor, todas las instancias implicadas en el caso, los que la detuvieron, los que la trasladaron, y hasta los que la interrogaron, decidieron optar por lavarse las manos, decirse inocentes y darse la media vuelta.
Como la historia de esta niña ecuatoriana hay otras tantas que se escriben diariamente. Nohemí representa a los niños que emprenden un viaje sin conocer a lo que en realidad se enfrentan: la maldad existente, personas sin escrúpulos y autoridades incompetentes.
A Nohemí, como muchos de los indocumentados que pasan por este país se le ignoró, porque siempre será más cómodo emprender un juicio hacia los padres de la menor, por no tenerla con ellos, por olvidarla o por abandonarla, pero ése es otro tema. La postura incómoda es la que nos dice que a pesar de ser una niña, migrante e indefensa, decidieron dejarla en un albergue, sin conocer su estado emocional ni físico.
Se mostró que institucionalmente no hubo un trato acertado, ni se le dio protección, ni los cuidados y mucho menos el seguimiento psicológico y médico que una menor de edad que tenía días viajando, probablemente en condiciones de alto riesgo, merecía tener. Como cualquier ser humano.
Ojalá que el caso de Nohemí Álvarez no se vaya al fondo de un archivo, su muerte debe ser motivo de muchos cuestionamientos, por ejemplo: ¿Qué hacer con la trata de personas? ¿Reciben los niños migrantes un trato digno? ¿Se respetan sus derechos? ¿Los albergues o centros están capacitados para recibir a niños migrantes? ¿Hay colaboración entre las diferentes instancias gubernamentales para atender estos casos?
¿Por dónde empezamos?

viernes, 14 de marzo de 2014

Lo que el alcohol nos robó: Responsabilidad y Conciencia Social.

Recientemente se ha hablado mucho sobre la legalización de las drogas, particularmente la mariguana, esto ha provocado gran controversia y polémica. Y aunque es un tema que debe ser abordado con urgencia, es un hecho que en México, no hemos demostrado estar listos siquiera para afrontar las consecuencias directas y/o indirectas del uso (y abuso) de sustancias legales, como el alcohol. 

Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz

A muchos les puede sonar a “cliché” o a condena social, pero si hay una sustancia que se ha convertido altamente adictiva y mortal, ya sea porque se encuentra al alcance de las mayorías o por la misma aprobación que tiene socialmente, es el alcohol en sus diferentes presentaciones.

Según la Encuesta Nacional de Adicciones, del 2008 al 2011, el consumo de alcohol se incrementó en un 10% a nivel nacional. Los datos arrojados por esta encuesta permiten visibilizar que el consumo de esta sustancia es el principal problema de adicción en nuestro país.

Además de este incremento, en los últimos años, el inicio de consumo de alcohol también descendió tanto en hombres como en mujeres, lo que significa que cada vez son más jóvenes aquellos que ingieren alcohol por primera vez. El promedio de edad de los varones es 16.62 años, mientras que en las mujeres es de 19 años.

Según la última Encuesta Nacional de Juventud, el consumo de alcohol entre los jóvenes se incrementó; y en la mayoría de los casos, debido a lo fácil de adquirir y a su bajo costo, éstos empiezan a ingerir bebidas alcohólicas antes de lo permitido por la ley, a pesar de las medidas existentes para evitarlo.

En México, la adicción al alcohol ha traído consigo un aumento considerable de males directos e indirectos, de los primeros, podemos destacar todos los padecimientos y enfermedades, mismos que en ocasiones conducen a la muerte; de los indirectos, los cuales podríamos catalogar como los daños colaterales del consumo, destacan los decesos a consecuencia de los accidentes viales.

Cada vez son más los casos donde la combinación del alcohol y el volante terminan por ser una mezcla mortal. Según CENAPRA, cada año mueren 24,000 personas en accidentes automovilísticos, y de ellos, el 60% son a causa del alcohol. No por nada los accidentes de tráfico se han convertido en una de las principales causas de muerte en el país.

Aunque los datos suenan aterradores, la realidad es que cada fin de semana este tipo de “accidentes” se siguen presentando sin dar señales de pronta disminución o mejora. Prevalecen los choques, los atropellos, las detenciones por manejar en estado de ebriedad, y demás incidentes; desgraciadamente, muchos de ellos teniendo a los jóvenes como protagonistas.

El ingerir alcohol ha dejado de ser una actividad exclusiva de los adultos, de hecho los jóvenes han construido nuevas formas y usos del alcohol: Inician a temprana edad; existen más mujeres como consumidoras; el alcohol guarda una relación estrecha con la diversión y el ocio;  y se combinan varias bebidas como sinónimo de exploración.

El consumo excesivo del alcohol ha terminado por ser visto sólo como un problema de salud pública, pero existen otros factores que se han convertido en enormes riesgos individuales y sociales: conductas violentas y/o agresivas, problemas familiares, actos delictivos, y la irresponsabilidad de conducir un automóvil en estado de ebriedad.

Aunque se han invertido millones de pesos en campañas de concientización para evitar que automovilistas conduzcan alcoholizados, es un hecho que éstas, han tenido muy pobres resultados, y no se trata de que estén bien o mal elaboradas o dirigidas, sino que socialmente hemos sido permisivos con el abuso del alcohol.

En muchas ocasiones, los mismos establecimientos que difunden este tipo de campañas, llámense bares, antros, restaurantes o licorerías, son los mismos que permiten que jóvenes menores de edad puedan adquirir o consumir bebidas alcohólicas sin ninguna objeción, esto, bajo la complacencia de las autoridades y de la misma sociedad.   

Programas gubernamentales como el “alcoholímetro”, tampoco han sido suficientes, aunque ciertamente hay personas que reconsideran conducir después de haber bebido, lo hacen movidos por el miedo a ser detenidos o por lo costosa que puede resultar la multa, pero desgraciadamente, no es por una cuestión de responsabilidad.

Otro elemento a considerar, es que en ocasiones, este tipo de “retenes viales” que buscan evitar que conductores ebrios expongan su vida y la de los demás, terminan por verse corrompidos por las mismas autoridades viales; y en otros casos, son suspendidos por fuertes intereses comerciales, ya que este tipo de actividades preventivas son vistas como un atentado en contra de los establecimientos nocturnos.

No se trata de ver el consumo del alcohol sólo desde la persecución y la prevención de accidentes, también es motivo de preocupación los usos y abusos que se están dando desde edades muy tempranas. Tanto nos debe alarmar un accidente como la vida de quien lo provoca.

Como sociedad, nos hemos relajado ante un problema silencioso, doloroso y con muchísimas aristas, los debates planteados en torno a las drogas ilícitas, han borrado del mapa la reflexión social sobre lo que el consumo del alcohol va dejando a su paso, desde la adicción hasta el consumo irresponsable.

No es una cuestión idealista, ni una exageración, tanto las consecuencias directas como las indirectas del consumo del alcohol, nos están arrebatando a miles de niños y jóvenes, desde los que beben a temprana edad y nadie les presta atención, hasta los que pierden su vida por conducir en estado de ebriedad o son embestidos por otro conductor en estas circunstancias.

Tanto mata el alcoholismo, como su uso irresponsable y la falta de conciencia social. Ésta última, nos pertenece a todos.


martes, 4 de marzo de 2014

Memoria


Estoy aquí, en la casa, a solas.
Aquí están los muebles, el aire, los ruidos.
Tengo un sentimiento tan transparente
como el vidrio de una ventana.
Es como la ventana en que miraba la nieve al amanecer,
hace muchos años, cuando era niño.,
y pegaba la cara contra el cristal y comprendía toda la vida.
Es un deseo en calma, como la tarde.
Es estar como están todas las cosas.
Tener mi sitio como todo lo que está en la casa.
Perdurar el tiempo que sea, como las cosas.
No ser más ni mejor que ellas.
Sólo ser, en medio de la mi vida,
parte del silencio de todas las cosas
.

Carlos Montemayor.