viernes, 21 de febrero de 2014

De la ficción a la realidad: Los niños de la violencia.

Negar o esconder la violencia en México parece una tarea difícil, pero intentar hacerlo con los niños, es prácticamente imposible.

Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
Los niños poseen una característica que siempre los distingue: La curiosidad. Ellos preguntan, indagan y buscan, sin ningún temor a lo que puedan encontrar. Pero también, son inocentes y vulnerables ante la maldad, la inseguridad y la violencia. 
Recuerdo que al inicio de la reciente crisis de violencia, muchos padres y maestros les contaban historias a los niños para evitar que fueran presas del miedo. Relatos que buscaban desviar su atención de los asesinatos que acaecían  diariamente y a unas cuantas calles de sus escuelas o casas.
En muchas escuelas, los niños tuvieron que aprender que, cuando escucharan el sonido de   balazos tenían que tirarse al suelo y no moverse bajo ningún motivo. También, tuvieron que ser testigos de compañeros de clases que jamás volvieran, y que desaparecieron sin dejar rastro; además de acostumbrarse (en algunos casos) a ver policías y hasta soldados, patrullar durante todo el día por sus calles.
Los niños han tenido que soportar la pérdida de un ser querido, alguien a quien dejaron de ver y que seguramente, la explicación que les dieron sobre su muerte o desaparición, fue fría y escueta, pero que indudablemente, y a su modo de ver la vida, ellos comprendieron.
Ellos entienden que en el México de hoy ese tipo de cosas suceden, lo saben porque ven armas largas en muchos lugares por donde ellos transitan (en el centro comercial, en el parque, en el barrio), lo saben porque lo ven en diferentes programas de televisión y además, lo saben porque les ha tocado presenciarlo, escucharlo y vivirlo. 
Sí, nuestros niños saben desde hace mucho que algo anda mal.
Quizás, podríamos pensar que en el mundo de los niños ese tipo de situaciones pasan a segundo término o desapercibidas, pero no es así, no sólo me refiero a que sean víctimas directas de la violencia para que esto afecte su desarrollo, el sólo hecho de convivir en un entorno así, está dejando una marca que puede ser imborrable.
Desde que los índices de inseguridad y violencia se incrementaron, los principales esfuerzos para contrarrestarlos han sido para combatirla de forma directa: Con igual o más violencia, lo que ha dado como resultado más errores que aciertos, es decir, mayor inseguridad, muerte e injusticia.
Precisamente, esos grandes errores son los que han dejado a miles de niños en total abandono familiar, material y emocional.  Aunque es difícil concretar una cifra exacta, se sabe que a raíz de la inseguridad, y no sólo me refiero a la guerra contra el narcotráfico, sino también a los secuestros, asaltos, extorsiones, ejecuciones, y otro tipo de crímenes, miles de niños han perdido a su padre o madre, y en algunos casos a ambos.
Son miles los infantes que han quedado desprotegidos y sin cuidado, porque muchos de ellos no cuentan con algún familiar que pueda hacerse cargo de ellos después de perder a sus padres, y en algunos casos o en la mayoría, el gobierno no cuenta con los espacios suficientes o personal capacitado para atender este tipo de situaciones. Son los huérfanos de la violencia.
A otros niños no les ha quedado más opción que el crimen, porque aunque nos duela reconocerlo y aceptarlo, es así, cada vez son más casos donde se encuentran a menores relacionados con el crimen, ¿Se acuerdan de “El Ponchis”?  Que a los 14 años confesó haber matado a cuatro personas y también haber participado en varios secuestros. Pues de eso estoy hablando, no como tema aislado y lejano, sino como contundente síntoma de un mal que avanza. Son los herederos de la violencia.
Hoy, cuando las autodefensas son un tema urgente en el país, y que sus causas y formas pueden verse desde diferentes ángulos, nos encontramos a menores de edad que han tenido que tomar las armas para defender lo suyo, a los suyos, y a ellos mismos. Son los hijos de la violencia.  
Los otros, desgraciadamente son las víctimas de la violencia, aquellos niños que sus sueños fueron interrumpidos a costa de la violencia social que predomina en los últimos años. De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia (REDIM), de diciembre de 2006 a octubre del año pasado, fueron 1.837 los menores de edad que murieron a consecuencia del crimen organizado.
Allá vienen las próximas generaciones, aquellas que están creciendo a la sombra de la muerte, la injusticia y el abandono. Pueden decirme pesimista, pero la realidad es que hay miles de niños que se nos están quedando en el olvido mientras intentamos salvar al país. Es imposible que ante un panorama así, los niños no se den cuenta de lo que está pasando, pero lo que me parece más increíble es la indiferencia que existe ante esta situación.  
Décadas atrás, los juegos de policías y villanos, aquellos con pistolas y balas de goma, eran solamente eso: un juego. Hoy, es una realidad a la cual ya no se le puede inventar una historia: Son los niños de México.

viernes, 14 de febrero de 2014

Armas bajo la almohada: Las otras autodefensas

La prolongada y devastadora crisis de inseguridad y violencia que se vive en México ha generado que algunos sectores de la sociedad tomen las armas para defenderse de los criminales y que, otros tantos, justifiquen esta medida.
Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz

El nacimiento de las autodefensas en algunos estados del país no sólo representa el hartazgo y la ausencia de las autoridades en muchas regiones, también deja entrever que la violencia se ha convertido en el único camino para resolver conflictos.
La realidad reclama su lugar siempre. Poco pudo lograr el gobierno escondiendo una situación que era más que evidente: las cosas no han cambiado nada. Las redes del narcotráfico siguen envolviendo y marcando el ritmo del país, mientras que las estrategias por parte del gobierno para afrontarlo se reducen a discursos.
La situación que vive Michoacán representa el México que muchos se niegan a reconocer, donde, independientemente de la presencia de las fuerzas armadas y las altas inversiones económicas en armamento y equipo de inteligencia, la violencia no se detiene. Todos los días mueren personas y el temor prevalece.
Lo que vimos en años pasados fue una lucha incesante entre el gobierno y algunos grupos del crimen organizado, teniendo en medio del conflicto a una sociedad en pánico y sin capacidad de respuesta.
Hoy la situación es distinta y, aunque los llamados grupos de autodefensa existen desde hace tiempo, la relevancia que sus posturas y acciones han tomado de manera reciente deben ser motivo de una reflexión más profunda.
El hecho de que los ciudadanos estén tomando las armas no es una realidad exclusiva de Michoacán o Guerrero. De hecho, ya en varios estados del país se ha detectado la presencia y organización de este tipo de grupos.
El acoso, el asalto, el robo, la extorsión y el secuestro han provocado que miles de ciudadanos decidan tener un arma de fuego en casa, propiedad o negocio, con la intención de tener algo con que defenderse y, así, sentirse más seguros.
Mucho se ha hablado de los grupos de autodefensa recientemente, desde los que están en su contra y hasta los que justifican sus acciones, pero es importante considerar que esta situación también puede representar síntomas de problemas más graves, dolorosos y profundos.
Ante el ambiente de violencia, inseguridad e impunidad que agónicamente crece o se transforma en México, nos estamos acostumbrando a la violencia como vía para solucionar conflictos o situaciones, justificando el uso excesivo de la fuerza e incluso la muerte contra aquellos que creemos la merecen.
Hoy, es común que ciudadanos cansados del acoso, hostigamiento y abuso por parte de los criminales decidan hacer valer la justicia por sus propias manos y, aunque se ha convertido en tema recurrente, incluso por los medios de comunicación, lo hemos dejado pasar pensando que se resolverá por sí solo.
En los últimos años es frecuente encontrarse con situaciones donde pobladores han linchado, quemado, golpeado e incluso asesinado a ladrones, secuestradores y extorsionadores. Hechos inequívocos de la palpable ausencia por parte del Estado, de la poderosa y multiplicadora red criminal y del cansancio de millones de ciudadanos.
Ésas son las otras autodefensas, las que no están organizadas y que en muchas ocasiones no tienen armas. Las mueve el hartazgo, el coraje y la desesperación de verse solos y amenazados.  Ésas son las otras realidades: armarse hasta los dientes con palos, piedras y fuego, apostando todo a tomarse la justicia por cuenta propia.
Además de estos casos, desde hace tiempo se ha incrementado el número de civiles que cuentan con un arma de fuego en su poder, ya sea de manera legal o ilegal. Asimismo, también han aumentado los empresarios, políticos y sus respectivas familias, que todos los días salen de su casa con un arma de fuego en su vehículo o con guardias que las portan.
El problema es mayúsculo, hoy hemos puesto atención en lo que pasa en Michoacán, pero en muchas otras regiones del país está pasando exactamente lo mismo, sólo que con manifestaciones distintas. El miedo se ha convertido en un catalizador de más violencia.
Aparte del urgente trabajo que se tiene que hacer en Michoacán, el gran desafío del gobierno es lograr acercarse a donde están surgiendo grupos de esta naturaleza o donde los ciudadanos viven con el miedo de perder todo lo que tienen y deciden defenderse con lo que pueden.
Negocios prácticamente blindados para evitar ser asaltados; colonias que han sido amuralladas por los propios residentes; y dueños de pequeñas empresas que simplemente no pueden poner un pie en su establecimiento por el miedo de ser secuestrados o extorsionados. Ésas son las otras formas de defenderse.
La justicia por cuenta propia y las armas bajo la almohada, guardadas en un cajón, en el armario o bajo el mostrador de algún negocio, hoy en día, representan que el Estado no está cumpliendo con una responsabilidad primaria: garantizar la seguridad de todos sus ciudadanos.

viernes, 7 de febrero de 2014

Aquí vamos otra vez: El fracaso de los planes antisecuestro

El secuestro se ha convertido en uno de los delitos más graves en México, en los últimos años los casos se han incrementado de manera alarmante, y desgraciadamente, lejos de vislumbrarse una solución real, lo que históricamente ha existido sólo son analgésicos para calmar tanto dolor.
Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
Muchos podrían pensar que las principales víctimas de secuestro son grandes empresarios, funcionarios públicos o personas con grandes ingresos económicos, pero la realidad es otra. Los últimos años hemos sido testigos de que el más afectado por este delito es el ciudadano común, los comerciantes, dueños de pequeñas empresas y profesionales.
Después de la prolongada crisis de inseguridad y violencia que México viene padeciendo, quedó al descubierto que el secuestro ya no es un delito que trastoque sólo a las clases altas y que se dé en forma aislada. Hoy, es una violación a la libertad que crece como negocio, se mueve rápido y afecta a miles.
La diferencia del secuestro con las otras formas de sufrir la violencia, es la huella que deja en aquellos que la viven directa o indirectamente ya que en el hecho, no sólo está relacionada la víctima, un ataque de esta naturaleza deja secuelas en familiares y amigos.
El año pasado, el INEGI hizo públicos los resultados obtenidos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (Envipe 2013). Según la encuesta, durante el 2012 se realizaron 105.682 secuestros en México.
Quizá los resultados obtenidos por dicha encuesta puedan parecer escandalosos y lejos de la realidad, pero lo que es un hecho es que el número de secuestros ha aumentado de manera considerable en los últimos años, particularmente en la última década.
Según cifras de asociaciones como “Alto al Secuestro”, los números de plagios van a la alza, del 1 de diciembre de 2012 al 31 de diciembre de 2013, se registraron un total de 2.754 casos.
Hace algunos días, el gobierno federal anunció un nuevo plan para disminuir el secuestro, denominado: “Estrategia Nacional Antisecuestro”, la cual se sintetiza en un decálogo de acciones que tienen como principal eje la capacitación y fortalecimiento de las unidades de inteligencia que luchan contra este crimen.
El problema es tan delicado que, este nuevo plan se convierte en el cuarto consecutivo implementado desde el gobierno federal, es decir, desde 1994 cada presidente de la República ha efectuado una estrategia de este tipo.
Está por demás decir que el hecho de que los planes antisecuestros se replanteen cada seis años, es reflejo del rotundo fracaso del proyecto anterior. En México, en lo relacionado a secuestros, estamos igual o peor que hace 20 años.
No es malo que el gobierno se preocupe y busque atender uno de los males que más aqueja a los mexicanos, porque finalmente el secuestro es sólo una de las aristas del clima de inseguridad e impunidad que sigue prevaleciendo en muchas regiones del país.
Lo que sí es preocupante es que se piense que este delito no tiene relación con otros que se siguen cometiendo día a día, por ejemplo: las extorsiones y secuestros express, que en muchas ocasiones se realizan desde los centros penitenciarios, es decir, ante la complacencia de las mismas autoridades.
Ojalá que en este otro plan, se consideren todas las fallas de las estrategias anteriores, asomarse a la memoria y a la historia siempre ayuda, porque si éstos no funcionaron es porque en cada plan hubo ausencias fundamentales que imposibilitaron la ejecución del mismo.
De esas grandes ausencias y fallas, creo que una de las más notorias, es que la ciudadanía no confía en las autoridades, el hecho de que las víctimas de secuestro, robo, y/o extorsión decidan no denunciar, es un claro síntoma de que la sociedad se siente más vulnerable e insegura al hacerlo que al quedarse callada.
Es indispensable que el plan no se quede sólo en un decálogo de buenas intenciones, la parte operativa de dicho proyecto debe tener como prioridad la voluntad de ayudar y servir.  En muchos de los casos, las horas más difíciles de los familiares de las víctimas se encuentran ante la inoperancia e indiferencia de las autoridades, razón por la cual, muchos deciden ser ellos mismos quienes negocien con los plagiarios.
Otra cosa que me parece muy importante es que el hecho de empezar con un nuevo plan no debe dejar en el olvido a quienes se fueron víctimas de secuestro, y de los cuales, muchos ni siquiera fueron buscados.
El reciente plan da una nueva oportunidad para que el gobierno entienda y recapacite, no se trata sólo de invertir millones y millones de pesos en seguridad, ante la escalada del secuestro y los fracasos anteriores, está claro que hay cosas que el dinero no puede adquirir: La tranquilidad para los ciudadanos, el consuelo para las víctimas y la voluntad de los servidores públicos.
Aquí vamos otra vez, a empezar de nuevo, a romper el estigma del fracaso de un México que se resiste a ser secuestrado.