En México, durante los últimos años, la violencia escolar se ha incrementado alarmantemente, uno de los principales motivos es que la agresión, en cualquiera de sus formas, se ha naturalizado y legitimado en la sociedad, hogares y medios masivos de comunicación.
Por Noé Alí Sánchez Navarro / Janette Rodríguez Silva
Aunque es un hecho que la violencia escolar o “bullying” ha existido desde hace mucho tiempo, de manera reciente se ha hecho más visible, dañina y cruel. Además, ahora cuenta con otro factor que la hace más impactante: la violencia social.
Precisamente, y a consecuencia de la inseguridad que se vive en las calles, se han implementado programas para evitar que los abusos traspasen los muros de los centros educativos, desde la instalación de videocámaras en el interior de las escuelas hasta la intensificación de programas de autoestima. Pero, ¿qué sucede cuando la violencia ya está adentro?
Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), se calcula que en México, cuatro de cada diez alumnos han sido víctimas de acoso o agresión por parte de algún compañero. Mientras, para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), nuestro país tiene el deshonroso primer lugar en casos de “bullying” en nivel secundaria.
Recientemente, se han presentado casos que dan cuenta de la crueldad y el tamaño del problema que tenemos frente a nosotros, ése que muchos insisten en minimizar y reducir al decir que es algo normal, que todos los niños deben pasar por eso porque forja el carácter y así se aprende a relacionarse con los demás.
Un suceso reciente es el de Angelina, una joven de 16 años de edad y de origen Mixteco, quien ha sido víctima de la violencia a manos de sus compañeros de la Escuela Secundaria Técnica Número 42, en Tepito, desde hace dos años y medio.
En un video grabado por los mismos atacantes, se muestra cómo golpean a la joven en el suelo, rematando la violencia con una patada en la cara. Angelina, con cicatrices en su rostro, declaró que en otras ocasiones ha sido encerrada en los baños y orinada por sus compañeros, también relata que sus maestros y personal de la Secundaria han sido testigos de los actos en su contra pero la han ignorado, al igual que las autoridades, a donde la adolescente acudió en compañía de su madre, que no habla español, y al tratar de denunciar las agresiones, nada ocurrió.
Otro desafortunado ejemplo es el de una niña de tan sólo seis años que fue violada en el baño del colegio particular “Las Torres” en Culiacán, Sinaloa, por un menor, mientras dos la sujetaban y otro más vigilaba la puerta. Los cuatro agresores, ya reconocidos por la víctima, son miembros de la institución educativa y tienen entre 10 y 11 años de edad, razón por la que el Presidente de la CEDH, Juan José Ríos Estavillo declaró que “no son sujetos a sanciones penales”.
Los varones no quedan excluidos de la violencia dentro de las escuelas. Ese es el caso de un niño de seis años de edad, miembro de la escuela primaria Miguel Hidalgo en Guadalajara, Jalisco, que fue obligado por tres compañeros de su hermana, de cuarto grado, a entrar a los baños de la institución. Estando dentro, uno de ellos le bajó los pantalones y la ropa interior, sujetó su prepucio y lo cortó con unas tijeras frente a la mirada de sus cómplices de 8 y 9 años.
Finalmente, y para darnos una idea del grado de violencia que han alcanzado a tocar aquellos que serán el “futuro del país”, está el caso de Antonio de Jesús López Monje, un niño de doce años de edad que debido a los golpes que le propinaron cinco alumnos de la misma escuela en que estudiaba, la Secundaria Galileo Galilei en Amozoc, Puebla, hace poco más de un mes, cayó en estado de coma luego de un derrame cerebral.
Los médicos tomaron la decisión de retirar una parte del cráneo a causa de la gran inflamación del cerebro de Antonio, quien hoy, no es capaz de reconocer ni a su propia familia, además de tener la mitad de su cuerpo paralizado y estar a la espera de una nueva intervención para determinar si recuperará la movilidad o tendrá secuelas de por vida.
Se escucha con frecuencia un serio enjuiciamiento hacia los maestros y directivos de las escuelas. De hecho, en algunos casos han sido apartados de sus cargos por este tipo de incidentes, pero el problema tiene más fondo: no toda la responsabilidad está en el aparato escolar.Es vital que como sociedad asumamos que las agresiones que estamos viendo en las escuelas, son reflejo de lo que está sucediendo en las calles, en la casa y en los medios de comunicación. No le podemos exigir a un niño que no actúe o reaccione de forma violenta, cuando todo lo que tiene a su alrededor está lleno de ella.
Hoy, los niños utilizan palabras y realizan acciones que escuchan y ven en torno a la violencia, y no hablo sólo de películas o caricaturas, sino también de los programas de televisión familiares y noticieros. Por eso, es común que desde temprana edad estén jugando a cosas relacionadas con delitos; asignándose roles como el de secuestrador, extorsionador y sicario.
Como sociedad hemos aceptado la violencia como método para la resolución de problemas, y después queremos que las próximas generaciones la rechacen y condenen…es el doble discurso que nos pone el pie sobre el cuello.
El problema es mayúsculo, así es que, si en el futuro queremos tener ciudadanos de bien, empecemos por ser congruentes y aceptando nuestra corresponsabilidad.
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