Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
Hay preguntas que pueden divagar
veinte años sin respuesta: “¿Dónde están, dónde están? Nuestras hijas ¿Dónde
están?” Hay reclamos tan profundos y constantes a los que muchos parecen ser
indiferentes: “Son nuestras hijas, no mercancías”, y hay personas que viven con
la esperanza de volverse a encontrar con su ser querido: “Nosotros lo que
queremos es volver a verla”.
Esas
son algunas de las voces de personas que siguen luchando y caminando
incansablemente, que sin tener respuestas concretas y pruebas confiables que
permitan saber porque les han arrebatado a sus hijas, han decidido emprender la
búsqueda por su cuenta, con la intención de encontrarlas con vida.
Así
es la situación de Ciudad Juárez, ubicada al norte de México, frontera con
Texas, Estado Unidos, con un desarrollo industrial y
crecimiento demográfico importante. Esta ciudad ha padecido un mal que lejos de
superarse y resolverse, se pospone y archiva, prolongando un dolor al que pocos
prestan atención.
Aunque
la historia reciente de la ciudad ha estado marcada por ser considerada una de
las más violentas a consecuencia de la guerra contra el narcotráfico y la
disputa de los cárteles de la droga por establecerse en la misma, la fama
internacional la cobró desde 1993 por los asesinatos en contra de mujeres: feminicidios.
A
partir de la década de los 60’s Juárez registró un enorme aumento en el índice de personas dedicadas a la vida
industrial, con una característica en particular; destacaba la participación de
la mano de obra femenina.
Entre
1970 y 1980, Juárez se consolidó como una importante urbe industrial, pero ante
el marcado crecimiento económico y el arribo a la Ciudad de paisanos en busca
de una mejor condición de vida, se empezaron a gestar lo que serían a futuro
los males de la ciudad, actos de corrupción, lucha de intereses de grupos de
poder, venta de alcohol y drogas; que terminó por repercutir en la seguridad y
tranquilidad de los ciudadanos.
Al
inicio de la década de los 90’s la frontera enfrentó su primer reto de
seguridad social como metrópoli, los asesinatos de mujeres de manera seriada o
feminicidios, provocaron la atención a nivel mundial sobre uno de los lugares
que prometía mejores condiciones de vida para sus habitantes; aunado a lo
anterior la presencia del narcotráfico, particularmente del cártel de Juárez,
emergía sin mínima objeción de las autoridades.
Los
primeros casos de feminicidio fueron registrados en 1993, cuando empezó a ser
constante la aparición de cuerpos de mujeres que habían sido raptadas, abusadas
sexualmente y asesinadas. Desde entonces y a lo largo de veinte años, no ha
pasado un solo año sin que se cometa un crimen de este tipo.
Desde
1993 hasta principios de 2004 se reportaron más de 415 casos de asesinatos
contra mujeres en Ciudad Juárez. Según datos periodísticos, aproximadamente la
mitad de las mujeres atacadas tenía entre 16 y 20 años; a la fecha suman más de
mil víctimas de asesinato.
El
problema es por demás evidente, a lo largo de veinte años queda claro que
existe una sistematización de la violencia contras las mujeres, por las
características de las víctimas, por los lugares donde han sido encontradas, y
también por el ocultamiento de la información y la impunidad en los casos.
Pero
también lo que no se ve es igual o más doloroso, lo que no es conocido por muchos
es que hasta la fecha la situación no ha cambiado del todo y no ha sido
resuelta por las autoridades, que en la transición de poderes, parece que han
buscado deslindarse de cualquier responsabilidad.
Porque
los familiares de las víctimas han tenido que luchar y soportar una situación
que deja claro el poco compromiso e interés de las autoridades por resolver el
problema, y por muy triste que parezca, la insensibilidad y apatía por un sector de la
sociedad civil también es considerable.
Contrario
a lo que las autoridades y algunos medios de comunicación quieren proyectar, la
desaparición y asesinatos de mujeres sigue estando presente, quizá hayan
cambiado las formas pero sigue siendo violencia, que incluso ha traspasado la ciudad y se ha
extendido, tan solo en lo que va del 2013 ya se reportan más de 20 casos en el
estado de Chihuahua, y en otros estados del país como México, Baja California y
Guerrero, se empiezan a detectar casos.
Además
del dolor, lo que reflejan lugares como: El Campo Algodonero, Lote Bravo y
Lomas de Poleo (donde se han encontrado cuerpos de mujeres torturadas y
asesinadas), son veinte años donde la impunidad ha reinado y se ha burlado de
todos; presentando supuestos responsables, culpando a las mismas mujeres de la
violencia ejercida en su contra, minimizando el problema a la violencia
doméstica, e incluso entregando cuerpos de otras víctimas para quitarse de
encima los reclamos de las familias.
También
son reflejo de las acciones ineficientes y la indiferencia de las autoridades,
ya que ni la alternancia en el poder ha brindado soluciones, y lo más
preocupante es la aparente perpetuación de la violencia contra las mujeres en
Ciudad Juárez.
Termino
con una pregunta: ¿En realidad creemos
que los feminicidios han desaparecido o disminuido? Más allá de que se sigan
presentando y se empeñen en no magnificarlos, lo que también debe indignarnos
es la omisión y la impunidad en los casos anteriores, porque esos casos no se
han cerrado, porque se trata de seres humanos, jóvenes, a las que “alguien”
decidió arrebatarle sus sueños y que algunos otros han decidido que no es tema
prioritario; aun y si fuera un solo caso, una sola joven, la búsqueda y
exigencia nos pertenece a todos: “¡Vivas se las llevaron, vivas las
queremos!”.
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