Negar o esconder la violencia en México parece una tarea difícil, pero intentar hacerlo con los niños, es prácticamente imposible.
Noé Alí Sánchez Navarro / @noesanz
Los niños poseen una característica que siempre los distingue: La curiosidad. Ellos preguntan, indagan y buscan, sin ningún temor a lo que puedan encontrar. Pero también, son inocentes y vulnerables ante la maldad, la inseguridad y la violencia.
Recuerdo que al inicio de la reciente crisis de violencia, muchos padres y maestros les contaban historias a los niños para evitar que fueran presas del miedo. Relatos que buscaban desviar su atención de los asesinatos que acaecían diariamente y a unas cuantas calles de sus escuelas o casas.
En muchas escuelas, los niños tuvieron que aprender que, cuando escucharan el sonido de balazos tenían que tirarse al suelo y no moverse bajo ningún motivo. También, tuvieron que ser testigos de compañeros de clases que jamás volvieran, y que desaparecieron sin dejar rastro; además de acostumbrarse (en algunos casos) a ver policías y hasta soldados, patrullar durante todo el día por sus calles.
Los niños han tenido que soportar la pérdida de un ser querido, alguien a quien dejaron de ver y que seguramente, la explicación que les dieron sobre su muerte o desaparición, fue fría y escueta, pero que indudablemente, y a su modo de ver la vida, ellos comprendieron.
Ellos entienden que en el México de hoy ese tipo de cosas suceden, lo saben porque ven armas largas en muchos lugares por donde ellos transitan (en el centro comercial, en el parque, en el barrio), lo saben porque lo ven en diferentes programas de televisión y además, lo saben porque les ha tocado presenciarlo, escucharlo y vivirlo.
Sí, nuestros niños saben desde hace mucho que algo anda mal.
Quizás, podríamos pensar que en el mundo de los niños ese tipo de situaciones pasan a segundo término o desapercibidas, pero no es así, no sólo me refiero a que sean víctimas directas de la violencia para que esto afecte su desarrollo, el sólo hecho de convivir en un entorno así, está dejando una marca que puede ser imborrable.
Desde que los índices de inseguridad y violencia se incrementaron, los principales esfuerzos para contrarrestarlos han sido para combatirla de forma directa: Con igual o más violencia, lo que ha dado como resultado más errores que aciertos, es decir, mayor inseguridad, muerte e injusticia.
Precisamente, esos grandes errores son los que han dejado a miles de niños en total abandono familiar, material y emocional. Aunque es difícil concretar una cifra exacta, se sabe que a raíz de la inseguridad, y no sólo me refiero a la guerra contra el narcotráfico, sino también a los secuestros, asaltos, extorsiones, ejecuciones, y otro tipo de crímenes, miles de niños han perdido a su padre o madre, y en algunos casos a ambos.
Son miles los infantes que han quedado desprotegidos y sin cuidado, porque muchos de ellos no cuentan con algún familiar que pueda hacerse cargo de ellos después de perder a sus padres, y en algunos casos o en la mayoría, el gobierno no cuenta con los espacios suficientes o personal capacitado para atender este tipo de situaciones. Son los huérfanos de la violencia.
A otros niños no les ha quedado más opción que el crimen, porque aunque nos duela reconocerlo y aceptarlo, es así, cada vez son más casos donde se encuentran a menores relacionados con el crimen, ¿Se acuerdan de “El Ponchis”? Que a los 14 años confesó haber matado a cuatro personas y también haber participado en varios secuestros. Pues de eso estoy hablando, no como tema aislado y lejano, sino como contundente síntoma de un mal que avanza. Son los herederos de la violencia.
Hoy, cuando las autodefensas son un tema urgente en el país, y que sus causas y formas pueden verse desde diferentes ángulos, nos encontramos a menores de edad que han tenido que tomar las armas para defender lo suyo, a los suyos, y a ellos mismos. Son los hijos de la violencia.
Los otros, desgraciadamente son las víctimas de la violencia, aquellos niños que sus sueños fueron interrumpidos a costa de la violencia social que predomina en los últimos años. De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia (REDIM), de diciembre de 2006 a octubre del año pasado, fueron 1.837 los menores de edad que murieron a consecuencia del crimen organizado.
Allá vienen las próximas generaciones, aquellas que están creciendo a la sombra de la muerte, la injusticia y el abandono. Pueden decirme pesimista, pero la realidad es que hay miles de niños que se nos están quedando en el olvido mientras intentamos salvar al país. Es imposible que ante un panorama así, los niños no se den cuenta de lo que está pasando, pero lo que me parece más increíble es la indiferencia que existe ante esta situación.
Décadas atrás, los juegos de policías y villanos, aquellos con pistolas y balas de goma, eran solamente eso: un juego. Hoy, es una realidad a la cual ya no se le puede inventar una historia: Son los niños de México.